Si a Lispector la vemos como difícil, Agua viva es de las más difíciles de sus obras. NO porque requiere especial aptitud para llegar a ella, sino porque es una especie de reflexión metafísica sobre el tiempo, el cuerpo, la palabra, la libido.
Como dijo Calderón al asumir la dirección de la Comedia Nacional: es imposible, entonces hagámoslo.
Esta obra es un trabajo en equipo y cada uno aporta ya sea en la danza, el sonido, la ambientación sonora, las luces, el vestuario.
Entrar en un museo, subir escaleras de marmol hasta llegar a un patio con claraboya donde una joven danza, mira, se mueve, mientras todos vamos tomando y eligiendo nuestro lugar, eso no es lo común en el teatro.
Fuimos dispuestas a vivir una experiencia, pero como lectoras de Clarice, revisamos la obra. Leimos el libro.
Y bueno, no digo que salí movilizada, conmovida o interpelada, pero sí que salí con la sensación de algo diferente y bello. Una belleza en todo, un cuidado en cada frase, cada gesto.
Camila sabe moverse y además canta. Canciones brasileñas van acompañando sus palabras, sonidos.
El planteo principal: el tiempo, el instante del presente que nunca vivimos. Además la palabra, la que no podemos hallar, la que no queremos inventar porque está ahí y nos cuesta encontrar.
El paraíso y la mujer desobediente desbocada como caballo, transfigurada en serpiente, su cuerpo vital que da vida.
Un viaje onírico, musical y repleto de belleza
CRITICA DE ANA LAURA BARRIOS EN BRECHA 8 de setiembre 2023
Al llegar al MAPI (Museo de Arte Precolombino e Indígena) se percibe ya la intimidad de esta propuesta. Los espectadores en cada función son pocos, ya que el espacio, ajeno a lo clásico de una sala teatral, busca crear un ritual que será entre actriz y público en cada función. Partiendo de esta premisa, el espacio elegido por los directores Camila Parard y Felipe Ipar parece ideal por la historia ancestral que alberga en sus salas. Para llegar al encuentro, hay que subir hasta el tercer nivel, donde una habitación pequeña con paredes que guardan historias refugia a quienes formarán parte de este convivio.
La escena fue gestada como una instalación propia de un espacio museístico. Un círculo blanco configura el centro de todas las miradas y el accionar de la actriz. En torno a ese escaparate-altar, Parard desarrolla su mayor vínculo de movimiento, con entradas y salidas de ese centro, mientras dice y siente este texto de la escritora ucraniana-brasileña Clarice Lispector. Parard e Ipar vienen investigando desde hace tres años para realizar este montaje con rasgos experimentales. Es que no resulta fácil dar forma escénica a un texto no concebido para lo teatral y difícil de clasificar en un género conocido: se dice que puede tratarse de una epístola a un destinatario desconocido o una novela psicológica. Lo cierto es que la forma de decir adquiere fuertes rasgos poéticos y abstractos, mientras el personaje femenino que expresa estos pensamientos existencialistas reflexiona sobre el presente, el ser, la vida, la muerte y el propio acto de crear. Para ello, los directores eligieron una propuesta que roza entre lo performático y la danza contemporánea, en la que el cuerpo expresa este abanico de sensaciones.
Hay un detallado trabajo de diseño de iluminación (de Danisa Boyssonade) que acompaña a la actriz en sus desplazamientos y en los pensamientos que evoca. La iluminación destaca el carácter plástico en cada movimiento y resalta los estados. Hay en esta búsqueda un recorrido hacia la esencia del ser, por ello, ese círculo que reúne al grupo actúa como útero y a su vez como plataforma para que la actriz construya en el momento presente su creación. Parard se acercó a la escritura de Lispector en 2018, cuando llevó adelante en San Pablo un taller de teatro. Luego de la lectura de Agua viva (1973), sintió que conectaba con un contenido escénico e imaginó que la pintora que habla consigo misma, la protagonista original, podría ser una actriz que reflexiona sobre la creación mientras ensaya una pieza. El ritual del teatro se vive mientras ocurre, lo efímero del momento refuerza la idea de experiencia inmersiva.
Sus creadores la llaman pieza escénica y buscan que se trate de una experiencia sensorial en la que los sonidos, la música, los aromas y las preguntas del personaje que disparan el pensamiento sean el centro de ese círculo. Lo ritual proviene de una búsqueda de Parad, quien viene investigando sobre la figura mítica de Lilith. En el rito, el agua aparece como un elemento de fuerte simbología purificadora, liberadora y fuente de fertilidad. En la instalación, el agua es un elemento presente tanto materialmente como en la evocación del fluir, que se observa en el trabajo corporal de la actriz y en el juego visual que genera su vestuario (con diseño de Stefanía Reta) con sus gestos de danza. El agua evoca, además, el origen de la existencia en varios pasajes. La pieza tiene una conexión con la cultura brasileña desde el trabajo con lo sonoro, a cargo de Enzo Vogrincic, en una selección de canciones de artistas como Caetano Veloso, Gal Costa, Os Tincoãs y Chico Buarque, que acompañan el flujo de conciencia del personaje. Algunas de estas canciones parecen conectar a la perfección con las reflexiones de Lispector, como la poesía de«Errare humanum est», de Jorge Ben: «Hay días que me despierto pensando y preguntándome: ¿de dónde viene nuestro impulso?» o «You don’t know me» de Caetano: «No me conoces. Apuesto a que nunca llegarás a conocerme. No me conoces en absoluto».El resultado es una experiencia escénica que logra gestar una verdadera comunión en la que el trabajo multidisciplinario refuerza la creación y logra transmitir la búsqueda del es de la cosa, el interés de Lispector en su escritura. La puesta puede verse los sábados de setiembre a las 18.30; es recomendable llegar antes y poder recorrer las exposiciones del museo, que refuerzan la experiencia.
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